Los chilenos estamos experimentando una contradicción vital. Por una parte batimos records de crecimiento, de consumo, de empleo, de viajes en avión, de compra de automóviles, de alumnos en universidades y de cuanto indicador cuantitativo de crecimiento se nos ponga por delante, sin embargo, no estamos satisfechos. En todos los estudios que hemos realizado en distintos grupos de personas, aparece el estrés, el agobio, el temor, la inseguridad, la extrema presión que experimentan al vivir la vida que están viviendo.
Naturalmente hay grupos más fuertes que otros. Algunos tienen más recursos y más éxito en enfrentar la vida moderna, otros viven más precariamente y muchos simplemente sobreviven.
No se aprecia que los chilenos queramos abandonar todo el bienestar y el aumento de riqueza que nos trae este sistema, pero cada vez más resentimos la falta de humanidad de la vida que estamos llevando: el egoísmo transversal, la absurda agresividad, la inseguridad, la vergonzante desigualdad, la discriminación de unos y de otros, el abuso del que está un peldañito más arriba que uno en cualquier escala, el mero fin de lucro como motor de la actividad económica.
Este modelo de vida que hemos elegido donde el individualismo tiene todo para florecer, nos lleva inevitablemente al deterioro de la sociedad y del trozo de planeta que habitamos y a vivir en una triste e ineficaz soledad en medio de la multitud.
Por eso florecen las redes sociales donde se comparten ideas, sensibilidades, preferencias, y se hornean las causas que finalmente salen a la calle. Lo que es más interesante, de una manera colectiva, sin necesidad de líderes, crece la participación de los ciudadanos en las cosas públicas.
Lo que ha ocurrido con HidroAysén es un buen ejemplo. Los ecologistas quisieran creer que la enorme convocatoria de las protestas contra la construcción de la central se debe a una nueva conciencia ecológica que se ha instalado en el país gracias a su trabajo. En parte es cierto, pero sólo en parte.
Hoy los chilenos prefieren adherir a causas que los representen y saltarse a representantes en quienes no confían. La oposición a HidroAysén aparece como una causa noble a la que adherir y manifestar de paso su disconformidad con todo un sistema que no hemos sido capaces de humanizar.
Pero ha sido una causa sin líderes visibles que estén arriba del podio galvanizando a las masas. La gente es citada a las marchas por sus amigos y estos a su ves citan a los suyos. Es una convocatoria viral por afinidad y puedo asegurar que si alguno quiere apropiarse de la marcha y ponerse en primera fila, será rápidamente sobrepasado y absorbido por la multitud.
Hay que ponerse a pensar rápido y a pensar profundo. El paradigma de desarrollo que estamos acostumbrados a venerar sin cuestionarlo está siendo asediado desde sus bases de sustentación, los consumidores.
No se puede seguir exigiendo a las personas soportar individualmente el peso de su propio desarrollo, de su salud, su educación, su seguridad y los de los suyos.
No se le puede seguir pidiendo que deba elegir representantes de una clase política vacilante, entrampada en sus viejas disputas irrelevantes o abocada a hacer gestos populistas de corto plazo.
Hay que humanizar la vida, urgentemente. Colaborar, vivir en armonía entre nosotros y con el trozo de planeta que nos corresponde cuidar. Tenemos que relacionarnos mucho y positivamente, hacer que impere la confianza en lugar de la desconfianza y el miedo. Delegar responsabilidad en lugar de fiscalizar. Hacer que las municipalidades más pobres sean las más ricas, acabar con la desigualdad con el respeto, la consideración, la calidad de la intervención pública.
Las empresas deben entender que son fábricas de valor para sus dueños, sus empleados y también para sus clientes y el país.
Hagamos lo que bien señala Nicanor Parra:
Tercer y último llamado
Individualistas del mundo uníos
Antes de que sea demasiado tarde
EUGENIO GARCÍA
Fuente: El Quinto Poder