PRENSA

UN MODELO PARA ARMAR

19 de octubre de 2011

Un diagnóstico: “Estamos ante un cambio de paradigma”

El consultor Eugenio García dice que el caso La Polar les abrió los ojos a los chilenos: el agobio no era de unos pocos, sino que de todos. Y ahí dijeron basta. ¿Qué hacer? Nadie tiene una respuesta, por eso hay que partir de cero.

Por Paulo Ramírez

El trabajo de Eugenio García es ponerle nombre a lo que está pasando. Las empresas y las instituciones lo llaman para que les diga cuál es el signo de los tiempos. En mayo pasado, en un estudio encargado por Icare, ese signo de los tiempos se resumía en esta frase pronunciada por un chileno promedio: “Estoy feliz de participar en el sistema, pero me siento agobiado”. Un mes después, en un estudio para otro cliente, apareció la sorpresa. El chileno medio decía: “Éste sistema es injusto; hay que cambiarlo”.

Eugenio García tiene estudios de filosofía, ha sido publicista y fue director de Programación de TVN, pero lo que verdaderamente lo define es su labor como consultor, en una empresa llamada provocativamente El Otro Lado. Su concepto favorito: el sentido común. Y lo que ve por estos días es un cambio revolucionario en el sentido común de los chilenos.

“Estamos ante un cambio de paradigma. Todo lo que teníamos por seguro, por estable, por consolidado, está puesto en duda”, dice, sentado en su oficina, una casa estilo inglés en el barrio Alonso de Córdova, todavía medio amargado por haber sufrido un robo el fin de semana.

– ¿Todo puesto en duda? ¿La democracia, el mercado, el sistema en sus bases?

– Sí, pues. Porque al final la democracia no es tan democracia… el mercado no es tan libre. Y eso se produce porque la democracia representativa obliga a que los representantes tengan autoridad y que sean reconocidos y respetados por sus votantes. En cuanto al mercado: para que el mercado funcione tiene que haber igualdad de poderes entre el consumidor y el oferente. Y este mercado al que estamos acostumbrados tiene mucha desigualdad: inequidad de información, inequidad en el poder que detentan unos y otros. Los consumidores tienen muy poco poder, y eso hace que los grandes poseedores acumulen mucho más de lo que corresponde, lo que genera que la gente se sienta estafada, porque recibe menos de lo que le prometen. Los supuestos del sistema no son tan verdaderos, entonces…

– Esa descripción es la que hemos tenido siempre, y por lo mismo decimos con toda naturalidad que siempre habrá ricos y que siempre habrá pobres. ¿Qué cambió ahora?

– Ahora el ciudadano, el consumidor, tiene poder. Porque ha surgido la idea de un “mercado gratuito”, gracias a internet, donde accedes a bienes, servicios y conocimiento que es gratis. Y a través de las redes sociales, sobre todo de Twitter, la gente manifiesta su opinión. Eso empieza a armar mayorías opinantes, actuantes, intervinientes, que en otro momento era imposible que se juntaran.

– ¿Por qué Twitter le parece tan relevante?

– Porque es instantáneo y forma opinión, pautea a los medios: un medio publica algo que no gusta y le caen todos encima y cambian. Los están pauteando, y lo hacen simples tipos que andan por la calle. Hay algo distinto, la información está siendo entregada por tipos de la calle. Twitter le ha puesto una velocidad enorme a todo. Tú sabes inmediatamente lo que está pasando. Y conoces la opinión del otro. Son las masas hablando.

– Muchas de esas mayorías no tienen acceso a las nuevas tecnologías…

– Es que ésta es una revolución de la clase media. No es una revolución del pueblo obrero. En todo caso, el acceso a los smartphones y a internet ya no es tan elitista. Pero estamos frente a una revolución de una clase ilustrada que alega porque no se le está dando el valor que ella cree que merece.

– ¿No hay levantamiento del pueblo?

– Para nada. El proletariado va detrás. Es gente que está alegando por la educación, una preocupación de clase media.

– …porque es cara, se les hace impagable.

– Y porque no cumple lo que promete. La gente paga durante 6 años la educación de su hijo y él sale y termina ganando el sueldo mínimo. Entonces no logra independizarse: la educación no cumple con su promesa. Pero no es sólo la educación: es el sistema el que no está cumpliendo la promesa que hace.

– Aun así, ese sistema lo aceptamos durante mucho tiempo.

– No tanto. Han sido unos 30 años desde que adoptamos este sistema, y es cierto que generó riqueza.

– ¿Qué marca el inicio de esa adopción?

– En un momento, en Chile todos quebraron: el año 1982. Ahí comenzamos a acostumbrarnos a que teníamos que arreglarnos con nuestros propios medios. Ése fue un cambio radical. Chile estaba acostumbrado a que viniera el Estado y te salvara de alguna manera. Ése fue el gran cambio, producto de una crisis y un mal manejo del gobierno. Hasta entonces yo pedía un Estado que me protegiera, y a partir del 82 el Estado no sólo no me protegió, sino que me dejó totalmente en la indefensión. Y ahí cada uno tuvo que nadar con sus propios medios.

“Es el momento de co-diseñar, de inventar cosas nuevas, que me permitan desarrollar mi talento, mis capacidades individuales, pero para ponerlo al servicio del bien común: que no se mate esa libertad, pero que tampoco se mate lo que nos convierte en una sociedad”.

– Cada uno se rasca con sus propias uñas. A uno se le aparece como lógico y natural…

– Es que ya lo tienes internalizado. Pero nuestra condición humana nos hace seres individuales y, a la vez, colectivos. Somos así por esencia. Pero este sistema se basa simplemente en que tú, individualmente, acumulas valor para ti. Lo demás lo compras. Pero hay una parte que se olvida, y es que somos también seres colectivos. Y cuando te dedicas demasiado a tu individualidad, el equilibrio se rompe, y lo que tenemos como consecuencia es una sociedad dividida. Por eso el agobio que cae sobre cada persona es enorme y nace este sentimiento de frustración que se ve reflejado en una frase muy elocuente: “Me están cagando”. Y en todo: las telefónicas, las universidades, el gobierno. Y yo estoy aquí, aperrando, rascándome con mis propias uñas, pero ya tengo las uñas ensangrentadas. No doy más.

– ¿También hay un hito que marque la toma de conciencia frente a esa sensación?

– Sí: La Polar. Ese caso demostró que no era un sentimiento individual, no se trataba de mí no más.

– Una especie de demostración a todas luces.

– Y nos estaban cagando de manera ostentosa, porque los gallos tenían autos fantásticos, vivían en casas maravillosas y tenían un aura de respetabilidad que les daba ser los mejores ejecutivos de la década. La Polar dejó la escoba.

– Esa escoba en algún momento toma el rostro de la demanda estudiantil. ¿Cuál es la explicación?

– Yo creo que eso pasa porque es una excusa noble. En Chile creemos que la educación es el camino para surgir. La educación tiene mucho prestigio. Parte con eso y se extiende a todo el resto, porque surge el drama de lo que significa ser chileno hoy. Si eres un chileno medio normal, es un drama. Eso es por este excesivo individualismo: no hay un sentimiento de bien común. Lo que está ahora en juego es si seguimos por este camino de desarrollo, individualista, con acumulación de valor para mí mismo, o si vamos a un modelo donde, sin perder libertad, logremos trabajar para el bien común.

– Pero cuando se opone este modelo con su alternativa tradicional, la utopía socialista ya fracasada, descubrimos que simplemente no hay alternativa.

– Primero cayó el comunismo y su utopía. Lo que está cayendo ahora es la idea de que hay que ser capitalista a concho. Entonces hay que inventar otra cosa. No existe un modelo a seguir. Es el momento de co-diseñar, de inventar cosas nuevas que me permitan desarrollar mi talento, mis capacidades individuales, pero para ponerlo al servicio del bien común: que no se mate esa libertad, pero que tampoco se mate lo que nos convierte en una sociedad.

– Pero un co-diseño así exige un nivel de consenso que hoy parece imposible.

– El acuerdo se logra cuando alguien tiene una postura, otro tiene una postura distinta y negocian hasta llegar a algo en común. ¡Pero ahora nadie sabe lo que hay que hacer! El gobierno no sabe, no tiene idea, y los otros tampoco tienen idea.

– ¿Los estudiantes no saben? Porque sus propuestas son bastante explícitas.

– No saben, y están recurriendo a lo que se les ocurre: nacionalicemos el cobre, hagamos cosas así. Pero en la práctica eso es volver atrás. Lo que hay que hacer es sentarse sin ideas previas y preguntarse a dónde queremos llegar: codiseñar.

– ¿Co-diseñar el sistema educacional? ¿O hay que ir más al fondo?

– Mucho más al fondo: qué país queremos. ¿Queremos un país donde lo que más importe sean los gráficos, las cifras, los números, las lucas? ¿O queremos un país donde lo que importa realmente es el bienestar social y la felicidad de las personas, el desarrollo de las propias potencialidades? Hay que decidirlo, hay que inventarlo.

– ¿Pero dónde se puede discutir un cambio tan profundo? Ya vimos lo que ocurrió hace algunos días en el Senado.

– Cuando hay un cambio de paradigma como éste hay desorden, hay turbulencia, se rompen los límites. Por eso podemos esperar cosas como ésas. Uno puede alarmarse, enojarse, debatir sobre eso, pero no es el tema de fondo. Es parte de un proceso de cambio.

– ¿Cuál es el mensaje?

– Que lo que se invente ahora no puede hacerse entre cuatro paredes. Es un proceso que necesariamente tiene que considerar e incorporar a la gente que está opinando todos los días, en la calle o a través de Twitter, de manera que todos sepan lo que se está discutiendo, para llegar a algunas ideas básicas que todo el mundo comparta y se les pueda dar la forma institucional que se necesite. Está bien cambiar la Constitución, pero ¿para qué? ¿Cuál es la idea que inspira una nueva Constitución? Eso tiene que ser previo.

Fuente: Qué Pasa